Según la mayoría de historiadores de la gastronomía, en el principio fue el asado; por supuesto, después de lo crudo. Un asado no necesita, en principio, más que fuego, o lo que queda de un fuego, es decir, brasas, rescoldo; así que el hombre se dedicó a asar carne desde tiempos remotos.
Lo que no se hace desde tiempos tan remotos es comer esa carne con cuchillo y tenedor. El tenedor es un instrumento relativamente reciente, cuyo uso en la Europa occidental provocó, en principio, fuertes críticas, incluso desde el púlpito. De modo que teníamos la carne asada; pero había que cortarla y comerla.
Lo primero no ofrecía grandes problemas: los cuchillos son una pieza muy antigua, incluso antes del dominio de los metales se hacían de piedra, de sílex especialmente. ¿Lo segundo? bueno, los chinos llevan milenios usando palillos, así que para ellos no había problemas: todo estribaba en cortar la carne en trozos del tamaño adecuado.
Los demás, a mano. Con los dedos. Con o sin protocolo, que comer con los dedos no equivale, aunque piensen otra cosa los practicantes del llamado 'finger food', a agarrar la comida con toda la mano y llevársela a la boca.
Pero hay más cosas. Los antiguos nos enseñan bastantes cosas. Uno de esos antiguos es, claro está, Homero, el poeta griego que vivió, al parecer, en el siglo VIII antes de Cristo, aunque no hay unanimidad ni sobre eso ni sobre su cuna, ni siquiera sobre si realmente escribió la Ilíada y la Odisea. Vamos a pensar que sí, que este no es lugar para esas disquisiciones.
Vayamos a la Ilíada, que nos informa de lo supuestamente acaecido durante cincuenta días del décimo año de la guerra de Troya. Quienes la han leído saben que Aquiles, que luchaba al lado de los aqueos (griegos), desafía a Héctor, príncipe troyano, enfurecido porque este había matado a su queridísimo Patroclo.
Bien, el final es conocido: Aquiles vence a Héctor, ata su cadáver a su carro y lo arrastra tres veces alrededor de las murallas de Troya. El padre de Héctor, el rey Príamo, acude de noche a la tienda de Aquiles a rescatar el cuerpo de su hijo, a lo que el héroe griego acaba accediendo.
Pero mientras charlan, Aquiles se preocupa de ofrecer a Príamo una cena. Y he aquí cómo proceden (canto XXIV del poema): "Se levantó el ligero Aquiles y degolló una cándida oveja (aquí 'cándida' equivale a 'blanca'). Sus compañeros la desollaron y aliñaron con cuidado".
"La trincharon sabiamente y la ensartaron con brochettes (brochetas); la asaron cuidadosamente y retiraron todo del fuego. Automedonte tomó el pan y lo distribuyó por la mesa en bellas canastillas, y Aquiles distribuyó las tajadas de carne".
¡Los brochettes! ¡Nada menos que desde la guerra de Troya! Nada más sencillo, por otra parte: se corta la carne en dados, se ensartan en un palo y se ponen a asar.
Veamos unos brochettes de lomo de cerdo multiculturales.
Para un kilo de carne, en dados, mezclen dos cucharadas de salsa suave de soja, una de salsa Lea & Perrins, dos de mostaza fuerte de Dijon, unas vueltas de molinillo de pimienta negra (o de "cinco pimientas"), un poquito de pimentón agridulce y la sal necesaria. Bien mezclado todo, pongan ahí la carne y déjenla macerar, desde una hora a toda la noche.
Si lo desean, pongan sobre la parrilla unas briznas de romero o tomillo, para aportar aromas y disimular los de la carne.
Inserten los dados en brochettes metálicos o de madera, intercalando, si lo desean, tomatitos cereza, cebolletas, pimientitos (valen chiles, allá ustedes).
Hagan la carne hasta que esté a su gusto, y a la mesa. Y acuérdense de Aquiles o, al menos, de Homero.
Caius Apicius - EFE.
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